Se utiliza el verbo escuchar para hacer referencia a la acción de atender a sonidos que son percibidos por el sistema auditivo. A veces se genera confusión entre los términos «oír» y «escuchar», del mismo modo que sucede con «ver» y «mirar». Lo interesante es que, en ambos casos, la diferencia pasa por el mismo principio: la atención.

Nuestra experiencia de vida cotidiana suele estar enmarcada por una serie de sonidos que continuamente se producen en el ambiente que nos rodea. Ya sea que nos encontremos en un ambiente rural en el que podrá oírse el canto de las aves, el ladrido de un perro, el fluir de un torrente de agua o la misma brisa del viento agitando las ramas de los árboles, o que nos hallemos en un entorno citadino, con su estímulo ininterrumpido de impulsos, de voces, teléfonos, motores y obras en construcción. Lo cierto es que, por lo general, constantemente oímos sonidos.

Ahora bien, si un empleado está en la oficina, en medio de este mar de sonidos y distingue la voz de su jefe que le dice algo, tiene lugar algo diferente: esa persona ha pasado a escuchar. Aplica su atención como un acto voluntario, a fin de priorizar ese sonido por sobre los demás. Lo mismo sucede con una madre si su hijo o hija la llama en una plaza llena de niños. Quizá ella estuviera mirando su teléfono o leyendo pero, al escuchar el timbre familiar de voz, se pone en alerta y pasa a escuchar.

El hecho de oír pertenece al ámbito fisiológico. Es la simple percepción de las vibraciones que genera un sonido. En el momento en el que se pasa al terreno de la escucha, necesariamente se le está asignando un significado a ese sonido. Sin interpretación, no tiene lugar la escucha. La madre notará si el tono de voz de su pequeño es risueño, si hay un matiz de inquietud, de llanto. Sucede en mucho menos de un segundo, fugaz. Puede decirse, en resumen, que para escuchar hace falta oír, pero se puede oír sin escuchar.

Si nos remontamos al origen etimológico de la palabra, descubriremos que se halla en el latín, en el término auscultare («aplicar la oreja»). Este concepto se conforma por auris, que se traduce como oreja, y por el vocablo de raíz indoeuropea klei, que significa inclinarse. De allí la interpretación usual de «inclinarse para aplicar la oreja«. Resulta interesante el elemento volitivo que se hace presente en la definición, tanto en el hecho de inclinarse como en el de aplicar, ya que coincide con el requerimiento atencional antes mencionado.

Escuchar, atender a sonidos.
Escuchar es la acción de atender a sonidos que son percibidos por el sistema auditivo.

El sistema auditivo.

El sistema auditivo de la especie humana puede dividirse entre el periférico, integrado por el oído y sus partes componentes, y el sistema central, compuesto por los nervios que permiten la comunicación con el cerebro. La función del sistema periférico pasa por permitir la captación de los sonidos, mientras que el central se encarga del empalme con el cerebro que posibilita la percepción, en sentido psicológico.

En el momento en el que la oreja recibe una onda sonora, su tarea consiste en transmitirla por medio del conducto auditivo hacia el tímpano. Al recibir la onda, el tímpano empieza a vibrar y una serie de huesos periféricos captan y amplifican esa vibración. Esa versión amplificada del sonido llegará al oído interior, poniendo en movimiento una serie de líquidos que activan las células ciliadas, encargadas de convertir esa onda en un impulso eléctrico. Ese impulso viaja por el nervio auditivo hasta alcanzar la corteza auditiva del cerebro. Recién en este momento es posible una interpretación, y, por ende, la acción de la escucha.

Escucha activa, escucha de modo consciente.
La escucha activa es la capacidad que tienen los seres humanos para escuchar a otras personas de modo consciente.

El saber escuchar.

Existe un desarrollo de la temática de la escucha en el marco de las relaciones interpersonales, en las que se asigna un valor positivo al saber escuchar. Tomando como pauta el aspecto atencional, por un lado, y el interpretacional, por otro, podemos observar que el acto de la escucha no va a darse del mismo modo con dos interlocutores distintos (incluso con la misma persona en días o situaciones diferentes).

Ya se trate de una relación de amistad, un vínculo de pareja o incluso en el ámbito laboral o en una interacción comercial, la escucha se vuelve un factor determinante. Por ejemplo, si alguien le está abriendo su corazón a una de sus amistades y le cuenta cosas muy íntimas, mientras ella mira su teléfono celular, lo más probable es que el emisor del mensaje se sienta irritado o frustrado. En este caso, la persona que recibe el mensaje probablemente esté escuchando: sería capaz de repetir las palabras que le fueron pronunciadas o el contenido general de lo que se le dijo, pero lo cierto es que la calidad de la atención que presta evidentemente no es alta.

Existe un elemento de empatía en el escuchar presente y esa conexión es la que marca las reglas implícitas de los ritmos conversacionales: el hecho de no interrumpir el flujo de un relato y de sostener los silencios cuando son procedentes o de realizar preguntas adecuadas en el momento adecuado. Es aquí que podemos acercarnos al concepto del «saber escuchar«, vivenciado casi como un arte. Es muy probable que tengamos la experiencia de una o más personas con las cuales hablar es un regalo, un privilegio. Esa gente seguro, conoce este arte.

El oído forma parte del sistema auditivo periférico.
El sistema auditivo periférico, conformado por el oído y sus partes, permite la captación de sonidos.

La escucha activa.

A partir de la obra del psicólogo Carl Rogers, cofundador de la corriente humanista junto con Abraham Maslow, surge el concepto de la «escucha activa«. Puede conceptualizarse como una capacidad que tienen los seres humanos para escuchar a otro individuo de modo consciente. A priori, pareciera no haber una distinción clara con el simple acto de escuchar ya que el mismo, para diferenciarse del oír, necesita de la conciencia. Pero el factor que distingue esta técnica desarrollada por Rogers es un énfasis en la concentración, una atención total (si tal cosa fuera posible) al mensaje que nos está siendo comunicado.

Un elemento imprescindible de la escucha activa es el contacto visual, ya que denota el interés en aquello que nuestro interlocutor nos está comunicando. También se habla de cómo la postura corporal puede brindar información en cuanto a lo que sentimos, o el famoso reflejo que se da en las expresiones faciales, cuando estamos en una conversación conectada. En definitiva, se trata de una disponibilidad, de un interés por el mensaje que estamos recibiendo, pero también más allá: por la persona misma que emite ese mensaje.

Hace, en parte, a una capacidad de escuchar incluso estados de ánimo, los sentimientos, las creencias o ideas que se esconden, subyacentes al contenido expresado. Existen unas herramientas específicas que los psicólogos de la corriente humanista han desarrollado, a modo de a acceder a ese terreno subyacente.

Una de ellas es el llamado «refuerzo«, que consiste en demostrar, por medio del lenguaje hablado o por gestos, que se sigue la conversación, que se acompaña lo que se está contando. Otro recurso es el «parafraseo«, que se basa en repetir alguna expresión clave del cliente con las mismas palabras que fueron elegidas, dando la sensación de estar siguiendo la conversación de un modo implicado. Y también, por supuesto, la pregunta adecuada es una herramienta invaluable. Tanto por la pauta que marca de querer saber más, como por el impulso hacia una resolución que traen implícito.

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Lehrer, L. (17 de octubre de 2022). Definición de escuchar. La diferencia con oír, el sistema auditivo, saber escuchar y la escucha activa. Definicion.com. https://definicion.com/escuchar/