La palabra destino tiene tanta carga asociada a ella que invita a un acercamiento sereno, pausado. Muy rápidamente pueden intervenir temas que, por lo general, se tocan con creencias profundas y, por ello, proclives a activar sensibilidades.
Por ejemplo, el destino está íntimamente relacionado con la noción de escatológico, con lo que habrá «más allá« luego de la muerte. También se lo vincula con la idea de predestinación, en el sentido de un norte que se encuentra fijado de antemano en la trayectoria de los seres. Y desde aquí se abre el camino al contacto con la temática del libre albedrío.
En la definición que brinda el diccionario de la Real Academia Española encontramos una serie de acepciones que posibilitan este acercamiento gradual. Se habla del hado, en tanto fuerza desconocida. Asimismo, de una disposición de los hechos que los encadenan hacia un desenlace fatal. Se describe el señalamiento o el empleo de una cosa hacia una finalidad determinada. Por último, se menciona la idea de meta, de norte o sitio al que se llega.
Por ende, es un término que varía mucho según el contexto en el que esté siendo utilizado. Esto es una cualidad propia de todas las palabras pero hay ciertos casos, como este, donde cobra mayor importancia. En este tipo de situaciones puede suceder que el hecho de acercarse al estudio etimológico del concepto aporte claridad sobre alguna línea preponderante o destacada.
Con la palabra destino comprobaremos que sus raíces se hallan en el latín, en el verbo destinare. El mismo está conformado por el prefijo de-, que se empleaba para denotar la separación o el origen de algo, pero también para hacer alusión a un movimiento desde arriba hacia abajo; y la raíz del verbo stanare, que se modifica en stinare, y se utilizaba en el sentido de «estar de pie» o de «estar fijo».
También hay estudiosos que emplean una metáfora en la que destinare se podría asociar a la acción de apuntar a un blanco, como en el ejercicio del disparo con arco y flecha y, en ese contexto, el destino sería el blanco o la meta a la cual se apunta. De cualquier modo, en este acercamiento al origen de la palabra vemos la idea de un movimiento hacia aquello que se encuentra fijo desde su origen.
El destino en el pensamiento filosófico.
Existe en el ámbito de la filosofía una teoría que se denomina causal, o de la causalidad. De allí surge una expresión muy conocida (de hecho se la escucha en muchas películas hoy en día): toda acción acarrea una reacción.
Según esta teoría, nada sucede azarosamente y nada surge de la nada. Se establece que todo acontecimiento procede de una causa que lo precede, la conozcamos o no. Y, siguiendo esta línea de razonamiento, puede afirmarse que la existencia de aquello se hallaba predestinada en su causa.
Ahora bien, existen tantas causas en constante movimiento y actualización que es imposible para la mente humana el hecho de poder sostener la totalidad y ver el cuadro completo. Este cuadro completo, para algunas personas y ciertas tradiciones espirituales, se asemeja a una red. En esa red cada acontecimiento es un nodo que se entreteje con los demás, conformando el entramado de la vida y su movimiento. Y, atendiendo al tejido completo, podría comprenderse el destino de todo lo que es.
El asunto con la teoría de la causalidad surge cuando se empieza a considerar qué papel juega en todo esto la libertad humana. Hay muchos individuos que, apoyándose en esta doctrina y otras similares, niegan que exista tal cosa como el libre albedrío.
Pero otros teóricos sostienen que hay una distinción entre los meros objetos y su concatenación de sucesos y los humanos que han alcanzado el nivel de la autoconciencia. Hay algo en la conciencia que altera los planteos puros de la teoría de la causalidad ya que, por ejemplo, las personas han desarrollado conjuntos organizados de símbolos, como los lenguajes, que les permiten reflexionar, aprender y perpetuar ese conocimiento para ponerlo al servicio de sí mismos y de las generaciones futuras.
Hemos pasado de un escenario en el que todo es una única cosa concatenada a otro en el que hay un sujeto consciente en relación con un universo. Y ya no es tan fácil postular las causas del movimiento de ese ser consciente.
La doctrina del libre albedrío.
En la orilla opuesta, hallamos una teoría que defiende la potestad que poseen las personas de decidir acerca de su camino y, voluntariamente, realizar sus propias elecciones.
Resulta interesante destacar que la palabra «albedrío« proviene del latín, del término arbitrium, que también es la raíz de «arbitrio». Se usa para hacer referencia a la capacidad que cada uno tiene de emitir sus propios juicios a partir del discernimiento y también la libertad de actuar conforme a la propia visión. Y no es extraño que provenga del término arbiter, que es el cual de donde surge el vocablo árbitro, en tanto juez.
De este modo, cada sujeto es considerado árbitro de su propio destino. Existen implicancias en diversos ámbitos del pensamiento a partir de esta doctrina, no solo en la filosofía, sino que hace a las raíces de lo que se considera la religión, la psicología, la sociología, lo ético e incluso el posicionamiento jurídico de los individuos.
Las Moiras.
Hay un acercamiento muy interesante a la idea del destino que se da en el marco de la mitología griega. Las Moiras son tres mujeres de semblante impasible que se representan con túnicas blancas y se ocupaban de repartir a los seres mortales la porción de existencia y acciones que en el desenvolvimiento del cosmos les tocaban en suerte. Estaban a cargo de la línea de vida de cada ser vivo, incluso después de la muerte, en el reino del Hades.
Si bien Homero, en la Ilíada, hace referencia, en singular, a «la Moira», y en Delfos se reverenciaba a dos, por lo general hay consenso en el número tres para referirse a ellas. A través de la tradición se las describe como:
- Cloto, conocida como «la hilandera«, ya que se encargaba de hilar las hebras de la vida con su rueca. Las mujeres embarazadas solían realizar prácticas para invocarla en el último mes de gestación.
- Láquesis, conocida como «aquella que echa las suertes«, era la encargada de medir con su vara el hilo de la vida, determinando su longitud.
- Átropos, conocida como «la inexorable«, era la que se ocupaba de cortar el hilo, eligiendo el modo en el que cada persona moriría, llegada su hora.
Según los relatos de la tradición que al día de hoy siguen vigentes en algunos sectores de Grecia, las Moiras se aparecen tres noches luego de acontecido el alumbramiento de un ser humano, y lo hacen a fin de establecer el curso de esa vida. Por ello, en varios sitios se sostiene que son las diosas de los partos.
El hecho de ocuparse del destino de los seres es lo que las distingue, más allá de que estudiosos pretendan asimilarlas, de ciertas divinidades específicas de la muerte, como puede ser el caso de Keres o Tánatos.
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Lehrer, L. (31 de octubre de 2022). Definición de destino. El origen del término, sus distintas acepciones, el libre albedrío y las Moiras. Definicion.com. https://definicion.com/destino/