El término personaje es de aplicación en el ámbito de obras artísticas de índole narrativa. Sea cual sea la rama del arte en la que un autor o una autora se exprese, para que haya un personaje es preciso que se lleve a cabo una acción.

Las obras sin historia son meramente contemplativas (como podría ser una pintura, un poema o una pieza musical), y, en ese caso, el objetivo es diferente al de lo narrativo. Pero si hay un acontecimiento, el mismo le ocurrirá, necesariamente, a alguien o a algo. Y será ese el o la personaje. No importa en absoluto si se trata de un ser humano, un animal, un ser ficticio o un elemento de la naturaleza. Todo puede ser un personaje, en la medida en que algo le acontezca. Y, por supuesto, si en un poema, en una pintura o en una obra musical el objetivo de quien la compone es el de contar una historia, podría decirse que allí también habrá un personaje.

Pero lo más común es que los personajes surjan en las obras que naturalmente los involucran, como por ejemplo la narrativa de ficción, las obras teatrales, el cine, los cómics o los videojuegos.

Una distinción clave entre los ejemplos mencionados es que en algunos de ellos (teatros y cine) los personajes, además de ser seres inventados por medio de la imaginación y la palabra, son representados por actores de carne y hueso, con el elemento agregado de verosimilitud que esto aporta (siempre que sean buenas actuaciones). Incluso, en el caso de comedias musicales, los personajes han de bailar, moverse y, a veces, hasta cantar como medio para contar a los espectadores la historia que los está atravesando.

Si nos remontamos al estudio etimológico de la palabra, daremos con el griego. Es común la imagen helénica de ambas máscaras del teatro, la sonriente y la triste, asociada al vocablo persona. Y sí: el concepto de personaje proviene de persona, que era el nombre de las máscaras que se usaban en las representaciones teatrales, a la que se agrega el sufijo –aje, que aporta un tinte de celebridad o persona famosa.

Si bien la distinción entre las personas reales y los personajes es, generalmente, bastante clara, surgen dos situaciones en las que las fronteras se enturbian y los límites entre la realidad y la ficción se vuelven menos claros. La primera es en los casos mencionados de representaciones actorales, cuando hay un artista que ha sido muy identificado con un papel, a lo largo del tiempo, en reiteradas oportunidades, al punto en que la gente ya lo ve como si fuera el personaje. Un ejemplo podría ser Sean Connery en sus tiempos de James Bond, Emilia Clarke como Daenarys Targaryen o Robert Downey Junior como Iron Man.

El segundo caso es el de obras narrativas que hablan sobre personas reales, ya sean del pasado o del presente, como sucede con la crónica o la narrativa histórica. A veces se presta a una confusión entre los hechos contados y lo que realmente han vivido las personas de carne y hueso (como ocurre con los hechos narrados por Truman Capote en «A sangre fría«, o los relatos que hace Alejandro Dumas sobre el Cardenal Richelieu y las intrigas políticas de «Los tres mosqueteros«).

Las máscaras del teatro griego se denominaban persona
Personaje proviene de la palabra persona, que era el nombre de las máscaras usadas en las representaciones teatrales de la antigua Grecia.

El origen de los personajes literarios.

Los métodos a partir de los cuales los escritores y las escritoras dan vida a los personajes de ficción son múltiples y variados. En un extremo hay quienes parecen crear como una divinidad, dando vida a seres que surgen absolutamente de su imaginario. En otro extremo, se elaboran personajes que son réplicas fidedignas de sujetos o animales de la vida real. En el medio, en la infinita gama de matices, se encuentran creativos que toman un rasgo y lo potencian, aquellos que realizan una mezcla de diferentes características humanas, etcétera.

Algunos críticos literarios sostienen que, en realidad, nadie inventa completamente. Afirman que, a sabiendas o no, los artistas se basan en personas conocidas, en personajes históricos o en recuerdos inconscientes. O que, incluso, la tabula última de la que aquellos seres animados proceden es el artista mismo, su propia vida interior secreta.

Por supuesto que a los personajes no basta con crearlos. En el pacto de lectura que toda obra implica, el lector o la lectora va a tomar por bueno solo lo que le resulte verosímil. Y ese verosímil se construye. Si presentamos un personaje que derrota a sus enemigos fácilmente y se recupera de las heridas y nada le importa, la gente lo calificará con el mote de OP (overpowered, excesivamente poderoso). Por otro lado, si hay un personaje que no recibió una buena educación porque tuvo una infancia dura y tiene dificultades al hablar, pero se encuentra en una situación apremiante y consigue salvarse a partir de su lenguaje inspirado, se nos va a pedir que expliquemos cómo fue que eso sucedió o será considerado inverosímil. Existen muchas series y películas que adolecen de este tipo de defectos y, por eso, el contraste cuando surgen obras bien construidas es notable. Y la gente lo reconoce.

Por ejemplo, a la hora de confeccionar personajes de ficción ha de tenerse en cuenta, entre otras cosas, la forma en la que se mueven y el modo en el que hablan. Y, dentro de eso, las palabras que utilizan, lo que callan, lo que esconden. Así se va ganando profundidad, el personaje empieza a sentirse más profundo. De hecho, se utiliza la expresión personajes planos para referirse a aquellos que están puestos en una obra para cumplir con una función periférica y que presentan rasgos de superficialidad marcada, como si tuvieran un solo color. Un buen artista buscará conocer la visión que ese personaje tiene acerca de sí mismo, y cómo vive a partir de ella.

Personaje, siempre vinculado a la acción.
En las obras narrativas los acontecimientos le ocurren necesariamente a alguien o a algo: al personaje.

Dos posibles obstáculos a la hora de crear personajes.

Por lo general, las buenas obras de arte surgen de un impulso genuino que, más que tratar de adoctrinar acerca de las opiniones personales del autor, brota por su propia fuerza y comunica desde esa propia fortaleza.

Suele catalogarse como con el mote de “propaganda” a las historias que están claramente confeccionadas desde una ideología específica con el fin de exaltar sus valores o desacreditar los valores de una ideología opuesta. En este tipo de relatos es más probable encontrar personajes planos, que se note que responden más a esos lineamientos externos que a la vida que les pulsa adentro. Y eso se nota. Los espectadores advierten la diferencia en el espacio de la historia cuando se tiñe de eso.

El otro gran obstáculo es el juicio moral. Muchas veces los autores imponen sus propios criterios éticos a la vida del personaje, como si ellos tuvieran que ser buenos también en sus ficciones. Se aconseja no juzgar a los personajes. Porque solo así llegaremos a conocerlos. Es muy probable que en las historias, especialmente si estamos en contacto con personajes complejos, nos crucemos con escalas de valores diferentes, con egoísmos, con miedos y miserias. Pero, ¿qué serían los relatos sin todos estos elementos? Es preciso que el narrador cuente algo desapaciblemente, y que sea el lector o la lectora quien decida su valoración acerca de los personajes. Al fin y al cabo, ese es el derecho primordial de toda persona que se dispone a recibir una historia. 

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Lehrer, L. (17 de octubre de 2022). Definición de personaje. Su origen, su aplicación en obras artísticas y los posibles obstáculos a la hora de crearlos. Definicion.com. https://definicion.com/personaje/